Tiger Woods fue la gran revolución. La irrupción del Tigre a finales de los noventa cambió para siempre el golf como ningún atleta ha alterado su deporte. En el ámbito técnico, físico, tecnológico, social, televisivo y claro, económico. A principios de aquella década, la media de ganancias en el circuito americano era de 146.000 dólares por curso y jugador, contando desde el puesto 1 hasta el 250 de la clasificación mundial; hoy ese promedio supera los 1,5 millones. Es más de 10 veces mayor. “Tiger es la razón por la que mis hijos, y los hijos de mis hijos, tienen la vida solucionada en el aspecto económico”, ha comentado Jon Rahm sobre el ganador de 15 grandes.
El desembarco de los petrodólares con los que el Fondo soberano saudí, PIF, ha regado el golf ha conducido al deporte a una revolución tan profunda monetariamente como entonces. Las cifras producen vértigo si se comparan con otras disciplinas, otros grandes torneos y otros atletas. Un ejemplo: Rafa Nadal se embolsó 2,3 millones de euros por levantar su último Roland Garros, cumbre de una carrera legendaria. Eugenio López-Chacarra, un joven golfista que había dejado pocas semanas antes el mundo amateur para enrolarse en la Liga saudí, ingresó 4,88 millones, más del doble que el tenista, por imponerse en la clasificación individual y por equipos en un torneo de tres días en Bangkok. Era el 9 de octubre de 2022 y ese mismo domingo Rahm recibió un cheque de 297.500 euros por vencer en el Open de España, cita del circuito europeo. Es decir, 16 veces menos que el novato Chacarra. “En la vida el dinero no lo es todo”, había dicho el madrileño, hoy de 23 años, antes de dar el salto a LIV. “Es mucho dinero, era una oferta irrechazable”, comentó después al aceptar un vínculo de dos años por un fijo 10 millones.
Los números son mareantes. LIV aterrizó sacando de la cartera 255 millones de euros en premios en su primera temporada. A golpe de talonario, cazó sucesivamente a estrellas como Dustin Johnson, Sergio García, Phil Mickelson, Brooks Koepka, Bryson DeChambeau y Cameron Smith. Según confesó Greg Norman, consejero delegado del nuevo ente, Tiger Woods rechazó cerca de 800 millones por cambiar de bando. La gran captura ha sido Jon Rahm, bañado en oro, como el resto, con un contrato de unos 500 millones que le convertirá en el deportista español con más ganancias sin contar los patrocinios. Nadal ha ingresado 135 millones en premios en su carrera, según la ATP; Pau Gasol cerró su trayectoria en la NBA con 225; y Fernando Alonso ha amasado unos 450 sobre las cuatro ruedas. A todos les superará Jon Rahm.
Dinero contra dinero. Así se ha escrito la historia del golf en los últimos meses. En junio de 2022, en plena tormenta, el comisionado del PGA Tour, Jay Monahan, pronunció unas palabras que luego se llevaría el viento: “Si esta es una guerra y la única arma son los dólares, el PGA Tour, una institución americana, no puede competir con una monarquía que gasta miles de millones en el intento de comprar el golf”. Sí lo hizo.
Ante el éxodo de una parte de sus figuras, Monahan aparcó el discurso romántico y la apelación al legado y a la historia para contraatacar con el único elemento que podía igualar las fuerzas, el dólar. Así multiplicó la bolsa de premios de algunos torneos, hasta los 25 millones por cita, al mismo nivel que la Liga saudí. Los grandes como el Masters también se rascaron el bolsillo. Por una parte, Monahan detuvo la hemorragia, pero al mismo tiempo acabó usando las mismas herramientas que el enemigo y negociando con él a espaldas de los golfistas que le habían defendido como Rahm, Rory McIlroy y Tiger. Eso provocó la ira de muchos de ellos. Y de ahí el escenario actual.
El resultado es una montaña de dinero como jamás ha conocido el golf en su historia. El número uno mundial, el estadounidense Scottie Scheffler, ha ingresado este curso 21 millones de dólares, la cifra más alta ganada por un jugador en una sola temporada, superando su propio registro, los 14 millones del ejercicio anterior. “Nunca soñé con jugar al golf por tanto dinero. Es demasiado por golpear una pequeña bola blanca”, admite él mismo. Nadie es capaz de predecir ya dónde llegará este derroche.
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